Ya son varios años desde que me di cuenta que si tengo un enemigo, un rival, un némesis acérrimo, ese es el miedo.
Siento miedo desde que tengo memoria. Recuerdo solo una vez en la vida que dejé de sentir miedo por unas cuantas horas: cuando me comí un LSD bien potente y me fui a pasear con Oswaldo al centro de la CDMX. Fuimos a la Puri a bailar y las luces, wow las luces, después nos quedamos en un hotel del Centro Histórico para poder salir a caminar de madrugada por el zócalo y la alameda, y soñé con alacranes gigantes y espirales infinitas donde conocí a Dios. Sentía que el concreto debajo de mis pies era suave y cómodo, que las paredes eran dóciles, y que las personas no eran más que costales de carne, sangre y huesos, también llenas de miedo, como yo, y me sentí tranquilo y en paz.
Fuera de esa ocasión, no ha habido otro momento en mi vida, reciente o no, en que haya dejado de sentir miedo, aunque sea por un instante. No sé si a todas las personas les pasa, pero a mí sí. En cada decisión, en cada movimiento, en cada emoción o recuerdo o esperanza que siento: todo tiene una fina (a veces no tan fina) capa de miedo. No es un miedo aterrador, ni paralizante, no, al contrario, he aprendido a vivir con él, a asimilarlo, a reconocerlo, a casi sentirme cómodo en su presencia, pero en cada paso debo enfrentarme a él, y vencerlo, o sucumbir. Es una batalla de todos los días, no queda de otra.
En general me da miedo todo, todo el tiempo, pero hay ciertas situaciones o pensamientos específicos donde creo que se pone más intenso. Por ejemplo, verme o sentirme vulnerable es uno de los miedos más frecuentes. Esto implica desde salir a la calle, manejar, tener que hablar en público o frente a un grupo de personas, conocidas o desconocidas, compartir mi opinión, lo que pienso, o lo que siento, ya sea de frente o por mensaje… Tener que exponer mi realidad frente a otros, por cualquier medio y en cualquier situación, saberme ahí, transparente, a la vista de todo el mundo, listo para ser juzgado.
Me da miedo el futuro, que no sea lo que espero, perder lo que he ganado, retroceder. Me da miedo el pasado, que me alcance, que no me deje avanzar. Me da miedo la gente, que me quiera hacer daño, o que no pueda aportarles nada útil. Me da miedo no tener nada qué decir, o que mi mensaje no sea comprendido, o que alguien critique mis ideas, o que se burlen de mí. Me da miedo que los demás no tengan miedo y que yo sea el único tonto aquí sentado, sintiendo miedo y escribiendo sobre esto.
Pero he entendido, con los años, que el miedo solo es una cosa. Es una sensación, como el frío, o como el hambre. Llega, nos atraviesa, y de la nada, se va. Solo tenemos que aceptar ese cosquilleo en el vientre, esa opresión en la cabeza, el temblor en la punta de los dedos, el sudor que no termina de brotar, que se queda atorado en los poros, la comezón en las pantorrillas, la contracción del recto.
Todas estas sensaciones incómodas, para mí, son las manifestaciones del miedo, y una manera de afrontarlo, aunque no se garantiza la victoria, es por medio de la respiración. Una respiración profunda, que nos llegue hasta el fondo de los pulmones. Si no funciona una, repetir dos, tres, cuatro, cinco veces, o las que sean necesarias.
Si la respiración de plano no funciona, solo hay de dos sopas para enfrentar el miedo. Lo miras a los ojos, aceptas su presencia, le dices ‘ya te ví, estás aquí, lo sé, ahí quédate, está bien, no pasa nada’, y de todos modos sigues adelante, lo que sea que vayas a hacer. Si tienes miedo, pues lo haces con miedo, y punto.
O, la segunda opción: te dejas derrotar. Igual lo miras a los ojos, esta vez le sonríes, aceptas su triunfo, le dices ‘ok, esta vez ganas, ni hablar, pudiste más que yo, espera la revancha’, y lo abandonas. Retrocedes, te haces a un lado, das media vuelta y sigues con tu vida. No te quedas estacionado pensando ‘chin, tuve miedo, qué pena’, porque eso quiere, que te sientas derrotado. Pero no pasa nada. Ante el miedo, a veces se gana y a veces se pierda, y la vida sigue. No pasa nada.
Uno de mis propósitos para kOS4 es encontrar una manera de no sucumbir ante el miedo. O al menos, poder gestionarlo de una manera más suave, más fluida. ¿Se logrará? Está aún por verse…
¿Ustedes cómo viven el miedo? ¿A qué le temen? ¿Cuál es su miedo más grande? ¿Cómo lo enfrentan? ¿Alguna vez han pensado en esto? ¿Alguien lee alguna vez algo de todo esto que escribo? No sé, son preguntas que me hago a mí mismo, muchas veces con miedo de que no sean respondidas, o que ya sepa las respuestas.
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